No ir a FILSA: se puede

Festival literario y editorial

No se busca pecar de soberbia: en Catalonia todavía no se han sacado conclusiones sobre lo que ha significado no participar en FILSA este año. La determinación se tomó hace algunos meses, cuando se presentó una presión para pagar por el stand una cifra superior a la previamente comprometida, sin la oportunidad de postular en igualdad de condiciones a los espacios disponibles, debido a no pertenecer a la Cámara del Libro. La situación no parecía justa, pero se consideraba necesaria la participación en FILSA por tratarse de un evento considerado ineludible. Sin embargo, justo antes de inscribirse surgió una pregunta: ¿Es posible no estar en FILSA? Al hacer un recuento de los argumentos para no asistir, y al considerar la gran liberación que suponía para el equipo la simple idea de omitir un año, se tomó la decisión de no asistir a la versión 2016. No fue una decisión sencilla, ya que, pese a todo, FILSA sigue siendo el festival literario y editorial más relevante del año, y representa una oportunidad clave para dar a conocer al público masivo las novedades y el trabajo realizado. ¿Los contras? Una extensa lista:

  1. En comparación con otras ferias, los stands en FILSA son costosos. El precio es casi equivalente al de arrendar un stand en la Feria del Libro de Guadalajara o Buenos Aires, sin tener una afluencia de público, beneficios profesionales o programa cultural comparables. Para lograr resultados positivos se requiere un gran esfuerzo de venta. En los últimos dos años, a pesar de las cifras oficiales, se ha observado una disminución en la asistencia de público y en las ventas. Finalmente, el esfuerzo económico no se justifica por las ganancias, que son casi nulas, sino solo por el hecho de estar presentes.
  2. El trabajo requerido para llegar a FILSA, sumado al desgaste de casi tres semanas (¿por qué tanta duración?), implica una pérdida de energía significativa. Durante los meses previos y durante la feria, todo el equipo se encuentra subordinado al evento, lo cual, en equipos reducidos como ocurre en la mayoría de editoriales, significa descuidar otras tareas editoriales o proyectos que requieren atención.
  3. Se ve como una obligación presentar todas las novedades en esta fecha, lo que conlleva a cerrar libros de forma apresurada. Estas novedades deben competir con cientos de otras editoriales, haciendo que obras valiosas pasen desapercibidas, incluso ante la prensa. Para la mayoría, competir se vuelve imposible. Además, la porción de tirada vendida en FILSA suele ser mínima o irrelevante.
  4. Las salas para lanzamientos resultan frías en todos los sentidos, con formatos poco flexibles e instalaciones alejadas del centro de atención del público. El programa es altamente competitivo y el tiempo para las presentaciones está restringido a 50 minutos, lo que limita el desarrollo de una buena actividad.
Industria chilena del libro

Se podrían seguir enumerando razones y aspectos que generan disconformidad entre la mayoría de quienes integran la industria chilena del libro. Hace años, por ejemplo, se discute la posibilidad de que esta feria sea gratuita, un anhelo ampliamente compartido, pero aparentemente lejano, dado que el cobro representa una utilidad para los organizadores. Cada año surgen columnas que critican no solo este aspecto, sino también la percepción de que la feria se asemeja más a un centro comercial que a un festival literario. Existe una intención generalizada de cambio por parte de los editores, pero mientras la organización del evento no represente a toda la industria, dicho cambio parece inviable, especialmente considerando que actualmente la entidad a cargo carece de editores en su directorio.

Aún no se puede determinar si la ausencia en esta edición fue una buena decisión. No se trata de darle la espalda a un evento tan relevante. Sin embargo, se considera legítimo expresar disconformidad con la forma en que se manejan ciertos aspectos. Si la participación en FILSA representa un esfuerzo tan considerable para las editoriales, sus condiciones y su programa cultural deberían estar diseñados a partir de sus necesidades. En este sentido, se optó por priorizar otras ferias más accesibles y acogedoras, tanto para editores como para el público, como la Primavera del Libro o la Furia del Libro, en la que se participará por primera vez este año. Estas ferias son de acceso gratuito, con bajo costo de inversión y verdaderamente pensadas desde y para los editores, enfocándose en generar una experiencia agradable para el público.

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