Mono González: “Siento que hay un mercado que está encargado de comercializar el arte y no de crear cultura”a

Alejandro González es un artista sencillo y cálido, en especial, cuando conversa de su arte pensado para y por la gente, en su taller del Persa Víctor Manuel, contiguo al célebre Bío Bío, en pleno barrio Franklin.
Fundador de la Brigada Ramona Parra, pasó sus primeros años como artista pintando murales, alentado por el sueño de la Unidad Popular. Eran tiempos donde se compartían utopías y el trabajo colectivo era el afán del joven artista. Tras el golpe de Estado, vivió clandestino en la dictadura y fortaleció entonces su idea de concebir el arte fuera de las galerías, para convertirse en referente internacional del muralismo callejero. El Mono ha ido puliendo sus técnicas y mensajes, afinando su arte, siempre de la mano de los pobladores y nutriéndose del intercambio cultural que, asegura, surge mientras pinta en un muro.
Posicionado como el muralista más connotado del país y reconocido en el mundo entero, González dedica parte de sus días para pensar en su pueblo, en los jóvenes, en Chile y en recuperar una identidad extraviada, para construir una cultura que represente fielmente lo que de verdad somos y hacemos. Por ello, apunta contra el sistema imperante que piensa el arte como un negocio y elabora una respuesta a ese agravio desde el arte popular, ese que traza en las poblaciones de un Chile que, a su juicio, fue devastado por la dictadura.
Como artista de larga experiencia, ¿cómo definirías la identidad cultural de Chile?
Primero, me preocupa la identidad país pensada como si eso fuera cultura. Es cosa de ver lo que está pasando ahora. Pienso en quiénes somos, en la cultura mestiza en la que vivimos, más ahora con la llegada de tantos inmigrantes. He visto ritos y rasgos de culturas que seguro van a enriquecer lo que tenemos. Eso hay que aprovecharlo, la mixtura cultural es riqueza pura. Entonces, la identidad cultural de Chile como que es una mezcla extraña. A veces estoy en otro país y veo la imagen que proyectamos para el resto del mundo y creo que hay muchas cosas que se presentan como imagen país que no tienen relación con lo que conocemos acá. El sistema está absorbido por presentar un país que no somos, para atraer y vender. Lo vi en la Expo Milán, vi las etiquetas de los productos y si te metes a cualquier supermercado en Europa, verás que no hay una identidad de Chile. El problema es que los de arriba sólo piensan en cómo vender los productos afuera, pero no cómo representar nuestra cultura.
A tu juicio, ¿en qué está la cultura en el Chile actual?

Veo que nuestra sociedad está enferma. No quiero ser pesimista, pero la situación política de ahora, la gente que administra el país sin ética y ni valores, destiñen el panorama cultural y ofrecen un futuro poco colorido, porque la atención está en otros lados. No sé qué es lo que está pasando en las galerías, pero siento que hay un mercado que está encargado de comercializar el arte y no de crear cultura. Mi mirada es la de un artista popular que se alimenta de la experiencia en la población. Para mí, la cultura y el arte están vivos en la calle, a raíz de la necesidad y las ganas de que sucedan cosas desde y para la población.
¿Y qué valor tiene la calle por sobre las galerías?
Ahí radica la diferencia entre quienes comercializan y quienes nos preocupamos de generar identidad. ¿Cómo generamos una cultura que no es para hoy día, sino para el futuro, para el largo plazo? Esa es la pregunta que orienta mi quehacer. En la población nos preocupamos de hacer cultura, de crear conciencia para un Chile mejor. En cuanto a los organismos del Estado, a las políticas de Estado, creo que están disociadas de las bases, hay una realidad que se desconoce. No hay preocupación y el problema no es inyectar recursos, ni fondos concursables, lo importante es saber qué es lo que se quiere lograr cuando hablamos de cultura.
Eres parte de una generación que soñó Chile a partir del arte, una generación que tenía sueños y que se vieron truncados por el golpe y la larga dictadura que le siguió. ¿Qué pasó en los 90 con esos sueños?
Yo aún tengo sueños y seguiré teniéndolos, no porque sea porfiado, sino porque estoy convencido de lo mío, porque vivo en la población y siento la realidad. Hubo una frustración, claro, por este mercado donde estamos. Siento que hay un vacío que quedó en el aire como herencia de la dictadura. Pero yo estoy en el persa Víctor Manuel, un lugar donde uno percibe lo que siente la gente de verdad. La gente viene a ver mis trabajos, preguntan, conversan y a partir de eso yo dialogo, siempre desde el arte.
¿Qué logra el arte callejero en ese contexto?

A través de los años, he comprobado que en la pintura hay activismo político. Cuando uno pinta se produce la conversación, el desahogo y el diálogo. El mural abre puertas y discusiones. Y ahí es donde radica el rol social del muralista, de todo lo que significa pintar en un muro, en la calle, en la población. Alrededor de un mural se registran procesos sociales en torno a la creación y es ahí donde se genera nuestra oportunidad como artistas de intervenir en la sociedad.
¿Cual es la responsabilidad de un artista comprometido con la sociedad en un contexto sociopolítico como el actual?
Aportar a un país mejor. Y eso es lo que me lo pregunto todos los días: cuál es el papel que puedo representar hoy, con el entusiasmo que tenía en los 70, cuando era capaz de amanecerme. Físicamente ya no puedo hacer lo mismo, pero todavía estoy en esa interrogante, quiero tener un rol social más fuerte, más protagónico. Me preocupa la situación actual, tengo una mirada madura de lo que sucede y con los años las reflexiones suelen ser más desalentadoras.
¿Los jóvenes de ahora son muy diferentes a los de los 70?
No, pero falta una mística, falta algo que los encienda. Creo que están más solos, antes había una sociedad común, algo había confluido en los grupos, en la gente. Hoy los jóvenes están más solos, ya no creen, carecen de confianza y liderazgo. Solos no podemos hacer mucho, pero juntos podemos hacer todo. En los 70 había un sueño común y actualmente los movimientos sociales tienen diferentes banderas, por el agua, por los animales, por los pueblos originarios, etc. Luchan por separado y hace falta algo que los una para generar el cambio grande.
El muro de la contingencia
¿Qué opina el Mono González “ciudadano” de los escándalos políticos y de corrupción, como Penta, SQM, Caval, Corpesca, y toda la crisis de las instituciones?
Una vergüenza. En este país parece que la política no tiene un concepto de valores morales ni ética. Nosotros en las poblaciones estamos muy preocupados de esto y parece que más preocupados que los mismos culpables. Creo que la situación política es poco esperanzadora. Desde el momento en que hablamos de vender el mar, el agua y todos los recursos naturales, y la forma en que estos son saqueados, la única lectura posible que uno tiene como ciudadano es que los políticos han vendido este país. Y la forma de recuperarnos es a través de la organización y, de nuevo, del actuar de los jóvenes.
¿Y cómo el muralismo y su fuerza se inserta en esta contingencia?

Muchas veces se dice que el arte no va a cambiar la sociedad, pero yo sé que desde el arte y la cultura popular podemos sensibilizar a esta sociedad, a poner acento en ciertos temas y en la percepción de la realidad que vivimos. Nosotros no estamos en la elite, ni en las esferas del poder, estamos al margen de eso, pero somos parte de la misma realidad. El mural cumple una función didáctica. En mi experiencia con talleres en poblaciones, tanto en Chile como en el extranjero, he aprendido que se puede ayudar a jóvenes en riesgo social, no sé si “salvarlos”, pero sí abrirles otras perspectivas, levantando su autoestima y encauzando vidas. Sin embargo, no es mucho lo que se puede hacer si el sistema no ayuda. Un joven de San Bernardo reflexionaba sobre ello el otro día y decía que como los jóvenes no votan, no son prioridad para los políticos y por tanto, tampoco se les considera en la confección de las políticas públicas. En el fondo, se siente que si hay un interés en la inversión cultural es para que tenga un resultado en la votación de después. Cuando se ve cómo funciona todo, la política y la subvención de esta, entiendes la desconfianza que tienen los jóvenes de todo el sistema político.
Los artistas y todos quienes conforman el mundo cultural fueron llamados a formar parte del nuevo Chile al término de la dictadura, pero ¿qué lugar se les dio realmente tras el regreso de la “democracia”?
Primero que todo, siento que esto en lo que estamos todavía no es una democracia y yo le digo democracia entre comillas. Hay una herencia muy fuerte de la dictadura. Si recién estamos hablando del cambio a la Constitución o del fin al lucro. Fue tan profunda la transformación que hizo la dictadura en Chile, que nos convertimos en otro país, la dictadura fundó otro país y producir los cambios es muy difícil. Hay mucha gente que quería o soñaba con la democracia, pero siguieron haciendo lo que heredamos de la dictadura e incluso profundizaron la herencia. No creo necesaria una revolución, pero sí considero indispensables cambios y reformas profundas.
A propósito del lucro en la educación, vamos a cumplir 10 años de lucha por una educación de calidad. ¿Crees que efectivamente se van a concretar los cambios prometidos? ¿Se harán efectivas las reformas?

En Chile siempre ha habido una intención de neutralizar los procesos sociales, porque a los poderosos siempre les ha interesado esta imagen país de tranquilidad, de país para invertir. Siempre ha habido temor a los cambios. Pero, ¡ojo! Esa contención contra el movimiento social deviene en explosión. Yo confío en los jóvenes de hoy, porque quieren cambiar la sociedad, por eso sigo creyendo en ellos. La herencia de la opresión es tan marcada en los más viejos que hay miedo, a perder el trabajo, a quedar en la calle. Es cierto que no hay una sociedad que te dé un respaldo o seguridad, pero los jóvenes tienen coraje para levantar sus banderas de lucha y conseguir los cambios, porque no tienen miedo.
¿Cómo ves el panorama futuro? ¿Qué sueña Mono González para Chile?
Estoy preocupado. Pienso en los jóvenes y los valores que se han entregado. Hay que educar desde la ética. Recuerdo a mi padre cuando yo era chico: si yo compraba en 10 y pensaba vender en 15, me decía “ya estás robando”. Hoy nadie dice eso, al contrario, mientras más rápido ganes plata, mejor. Si tienes que joder a alguien, hazlo, porque tienes que sobrevivir en una ley de la selva. Esa es la ética actual. Es lo que se siente en la sociedad. Por eso, desde el arte y la cultura, lo que debemos hacer es ayudarnos a mirarnos y a buscar la salida. Hay que producir cambios y para ello hay que darle confianza a la gente. Hay que organizarse y romper las desconfianzas. No nos atrevemos a luchar por un objetivo común. Antes teníamos un pensamiento común y le echábamos pa’ delante. Falta perder el miedo y ganar unión. El problema es encontrar la salida y para mí la salida es la organización y un objetivo común.
Más artículos

Aunque me llamen alarmista, colorienta o incluso feminazi
Durante esta semana nos hemos enterado de muertes violentas hacia mujeres, dignas de una escena escabrosa de Narcos, y que han provocado que en Argentina y en nuestro país se formen movilizaciones con la premisa de Ni una menos. Cada vez que abrimos espacios de conversación y/o reflexión sobre micromachismos o directamente de violencia patriarcal se nos acusa de ser unas tontas graves, de que la cosa no es tan terrible, de que son hechos aislados, de que está mal darle vuelta al por qué se naturaliza el concepto de violación o el por qué le damos color cuando…
Leer más
Hambre de historia
El Príncipe Inca (dirigido por Ana María Hurtado) es un documental que se pone en marcha a partir de un misterio, encarnado en la figura de un elusivo abuelo, quien detona en su nieto una necesidad de búsqueda que lo lleva a recorrer el altiplano en busca de sus orígenes. Desde el inicio se plantea esta necesidad por dilucidar un pasado perdido y acallado por años y años de silencio.
Leer más