Felices como asesinos

    Asesinatos de artistas chilenos
  1. Primero es la noticia. Un artista chileno, radicado en Berlín, es condenado a siete años de cárcel por asesinar a una mujer de siete puñaladas, esconder el cuerpo en el maletero de un auto y luego tirar el auto al río Spree. La noticia tiene el detalle adicional que la razón del asesinato fue que la mujer amenazó al hombre con denunciarle por no tener su permiso de trabajo al día, es decir, amenazó con sacarle de la bella Alemania y, oh Dios, obligarle a volver a Chile.
  2. Surge entonces la pregunta: ¿tan malo es el medio local del arte en Chile, que un artista radicado en el extranjero prefiere apuñalar repetidas veces a una mujer y luego darse el trabajo de esconder el cuerpo y correr el riesgo terrible de ser finalmente atrapado antes de… ¿volver a Santiago? ¿Tan terrible es nuestro medio local? ¿Tan aciago es el país donde vivimos? Y si es así de oscuro, ¿por qué vivimos todavía en él? ¿Por qué no nos damos a la fuga en una diáspora desesperada hacia los cuatro puntos cardinales?
  3. Escena del artista chileno
  4. Está claro la posibilidad, más lógica y sensata, que el artista chileno se halla comportado de manera un tanto snob y posiblemente histérica, un poco como el dandy chileno, Juan Cristóbal Foxley y en general como todas esas personas que creen que pisar suelo extranjero, de preferencia suelo europeo, equivale a alcanzar un cierto rango de supremacía espiritual por sobre todo el resto. Como cuando José Piñera le empieza hablar de su visita a la Capilla Sixtina a un anonadado Juan Manuel Astorga y Piñera parece contrariado por no ser aplaudido por su gesta de haber sido capaz de subirse a un avión con rumbo a Italia. Es un punto de incomprensión que no puede ser superado. En la mente de Piñera la gente se divide entre los que han viajado a Europa y los que no. En la mente de Astorga entre los invitados que hablan cosas sensatas y los que hablan francamente puras estupideces. Viven ambos en la ausencia mutua de aquel otro que buscan y que jamás van a encontrar.
  5. La otra posibilidad, menos lógica, más excéntrica y con implicancias trágicas para la gran mayoría de nosotros los chilenos es que allá afuera hay realmente un mundo sin ningún equivalente o símil que podamos cotejar desde nuestra humilde realidad local. Que rompe el esquema de la doctrina secreta de “lo que es abajo es arriba”, y que allá en la remota Brooklyn, París, Londres o claramente Berlín, se halla una verdad profunda y duradera de la que estamos por completo ajenos y que a menos que nos endeudemos y compremos el jodido pasaje trasatlántico -y a Madrid está como a 400 lucas, es decir, nada tan terrible tampoco-, que se nos pasa completamente de largo, de la que no tenemos como saber, es decir, que nos remite a una perpetua ignorancia y oscuridad.
  6. Problemas de artistas locales
  7. Consulté con algunos artistas locales acerca de los problemas que enfrentan a diarios con galeristas, curadores y mecenas en general. Explicaron que salvo ciertos elegidos la realidad del artista en Chile es precaria tirando para trágica. Consultados de si estuviesen en Alemania y viesen amenazada su estadía allí optarían entonces por el asesinato antes que volver a Chile la mayoría dice que optaría por la resignación antes que el asesinato aunque más del alguno agregó que nunca es bueno escupir al cielo, es decir, que puestos en el caso, en los zapatos del sujeto, uno ya no sabe lo que haría.
  8. Pregunta dos: ¿corresponde a ese sentimiento nefasto al que alemanes denominan weltschmerz y del que Kundera habla en su novela La vida está en otra parte? ¿Qué nunca podremos en el aquí y ahora disfrutar de la vida que tenemos y es por eso que necesitamos partir hacia lejanos territorios, mundos desarrollados y abiertos de mente donde pensamos que podemos volver a comenzar y ser entonces realmente libres?
  9. Todos tenemos derecho a la felicidad. O a creer en la felicidad al menos. Pero me inquieta el hecho que creamos que la felicidad necesariamente ha de estar lejos de casa. Me entra la sospecha que más que de un código postal de lo que se quiere huir es de la propia identidad atada ineludiblemente a un lugar y a una historia que ya ha sido escrita. A un montón de errores, vanidades, pequeñas crueldades, sinsentidos y horrores varios que se quieren dejar para siempre aparcados a la distancia. ¿Y no dijo el doctor Johnson que los viajes son maravillosos pero el verdadero destino nos espera siempre en nuestra tierra? Que todas esas impurezas también nos pertenecen, también el abominado terruño al que nunca quisiéramos regresar pero que atado a nuestro imaginario y a nuestra paranoia, en realidad no dejamos nunca de llevar con nosotros.

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