Hambre de historia

Ana María Hurtado trabaja

El Príncipe Inca (dirigido por Ana María Hurtado) es un documental que se pone en marcha a partir de un misterio, encarnado en la figura de un elusivo abuelo, quien detona en su nieto una necesidad de búsqueda que lo lleva a recorrer el altiplano en busca de sus orígenes. Desde el inicio se plantea esta necesidad por dilucidar un pasado perdido y acallado por años y años de silencio. En este entorno de constelaciones familiares, el abuelo es “el otro, el raro, el extranjero, el boliviano”, y su herencia es lo que el protagonista persigue en su viaje: es esa obligación, esa deuda intrínseca por retrazar aquella historia, ese mito de los ancestros, lo que comanda su peregrinaje.

El mito, como lo indica el título, se relaciona con la realeza, aquella nobleza del linaje, en la descendencia inca del protagonista, cuyo apellido es Cusicanqui, posiblemente relacionado con los caciques principales del pueblo de Calacoto (La Paz actual). De este modo, el protagonista se embarca en su peregrinación, cruzando la frontera chilena, en un difícil intento por seguir esa “huella, una estela, como la de una estrella fugaz… una filosofía”.

El Príncipe Inca documental

El documental, que ostenta una hermosa fotografía, recurre a imágenes fragmentadas y a sinécdoques que indican que solo podemos contentarnos, precisamente, con la estela de algunas cosas, más que con la totalidad de una herencia. Las fotos de pueblos remotos, anclados en un tiempo ancestral, rodeados de ruinas, cimientos, asentamientos incas que persisten gracias a sus construcciones de piedra; la gente con la que el protagonista se encuentra—estos vestigios algo dicen de ese pasado y van dando pistas que ayudan a ensamblar ciertos sentidos, siempre bajo la premisa: es necesario unir, encajar; lo que la voz narrativa denomina como una especie de “hambre; hambre por compilar relatos del abuelo”.

Y, como resulta imposible encontrar un alcance global de esta pesquisa, la cámara se concentra para destacar lo táctil, las formas y la formación de texturas que, finalmente, amasan una identidad y permiten sobrellevar la culpa que produce el desarraigo y la inmigración. De hecho, tal es la disociación, en un momento el protagonista reconoce querer matarse, pero la necesidad de ser acogido por una familia e intentar dilucidar sus raíces se sobreponen al deseo de muerte.

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