Baradit extrovertido

Qué duda cabe: Baradit se convirtió en el autor de moda, en quien recaen todas las miradas y en quien recaerán expectativas en cada nueva entrega al público lector. Es un nuevo talismán de ventas, quien lo posea adquirirá notoriedad y visualización, y poco podría confabular en su contra, ni la academia, ni la crítica, ni, mucho menos, sus no-lectores.
Mirando más allá, lo sucedido con sus dos últimos libros generan algunas evidencias que eludirlas sería pecado, y por serio compromiso con el nivel de opinión producido hoy en los medios masivos de comunicación es necesario evaluar ciertas cosas.
Como bien ha señalado en incontadas ocasiones, poco esperable era ver este fenómeno de ventas en un libro como Historia secreta de Chile. El crecimiento sostenido de su adquisición puede ser el perfecto producto del boca a boca como también de la no menor estrategia comercial que ambienta la aparición del mismo. Estrategias que obviamente coronan de pomposidad a un producto el cual bien puede valerlo como no.
Dentro de ello aparecen nociones solapadas y directas acerca de la historia, de la forma en que se ha construido esta y del cómo ciertos actores sociales inciden en la escritura de la misma, nociones que, por cierto, parecen ser convicción del mismo autor. Partiendo por el título mismo del libro y seguido por el aura ensombrecida de los hechos relatados, Baradit apuntala a agentes conscientes o no de enfocar ciertos procesos de otros, siendo ―en palabras de él― «un niño acusete» de la historia nacional.
Una respuesta del gremio de historiadores aparece.
Junto a ella aparecen cuñas breves de colegas apelando principalmente a las mismas ideas pero de veredas diversas: masividad, academicismo, divulgación, historicismo, secretismo. Y, con ello, los comentarios, los likes, los retweets y cuánta cosa más. Nicolás Copano siendo, en su mismo programa radial, como el grupo de choque de los baraditianos y el aumento de comentarios, likes, retweets y cuánta cosa más.

Se aparece una segunda versión del libro y a raíz de la polémica Baradit previene en la última página del mismo: «este es primero que todo el libro de un escritor, que va descubriendo y sorprendiéndose con los hechos de su país. Y es desde esa posición que te propongo profundizar y leer a historiadores chilenos, a Alfredo Jocelyn-Holt, Gabriel Salazar, Jorge Pinto, Javier Infante, Felipe Portales o a Julio Pinto, entre otros. Piensa en este libro como en una invitación…»
Una contrarespuesta del gremio de historiadores aparece.
En ella se apela a la esclerótica lectura que se hicieron de la primera, de la tergiversación de los argumentos y al poco debate de ideas producido desde entonces.
Sucedido todo esto, la impresión que se me viene es que Jorge Baradit fue principalmente preso de sus palabras, muchas de las cuales quisieron ser sentencias de un fenómeno bien conocido. El problema estuvo en construir críticas a la historiografía en base a una caricatura que poco se condice con el hoy y el ahora. Puede ser que, como lo señala en el prólogo a su segunda versión, gran parte de sus historias sean desconocidas por parte importante de la población, educadas bajo la noción de un estado nacional y unificado, pero, a pesar de ello, pocos logros obtendremos en materia literaria si se escribe para lectores que hace no poco tiempo dejaron de existir.
Súmese a ello que gran parte de esa caricatura desde la cual surge esta historia de las sombras, fue una estrategia de mercado, la que por definición requiere de frases grandilocuentes para cautivar potenciales clientes. En este sentido, la crítica de académicos y profesores no responde a otra cosa que escape de la advertencia, del peligro que puede suscitar el hecho de ver como insuficiente, malo, o lisa y llanamente premeditado la omisión de, por ejemplo, el sacrificio de un niño realizado por una machi para calmar a la naturaleza días después al terremoto de 1960. Eso, oculto o no por poderes fácticos, por sí solo, no ayuda a la formación del pensamiento histórico ni mucho menos al pensamiento crítico. Suma, más bien, al cúmulo de anécdotas interesantes, fascinantes, increíbles para relatar en un momento de distensión, como para cautivar a los invitados o algo así.

Me parece que atribuir tal crítica al chaqueteo del chileno, clásico y habitual, por el “éxito” del propio Baradit versus al cada día más hermético campo académico es, sencillamente, dar cuenta del poco nivel crítico de las opiniones vertidas, básicamente porque las ideas esgrimidas por los historiadores poco tienen que ver con la masividad en sí. Los argumentos de estos apuntan a mesurar las ideas, hiperventiladas muchas veces, de Baradit sobre lo que es historia, no quitándole valor a lo que él hace sino a sus juicios poco certeros. La intención del mismo de por sí aporta, su visión de la historiografía no.
Si Historia secreta de Chile tuviera otro título y el prólogo no anunciase pretensiones a las que poco se acerca, la discordia no tendría cabida alguna.
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